Este patrimonio lo compone el conjunto de edificios y monumentos públicos pertenecientes a la ciudad o a los ciudadanos.
Conjunto UrbanoEl conjunto urbano de Mota del Cuervo lo conforman destacados edificios, calles y plazas que forman a su vez subconjuntos de gran interés. Así, destaca el delimitado por la Plaza de Cervantes y la Plaza de la Tercia, con calles y plazas con edificación de calidad como la propia Tercia. Otro grupo interesante es el desarrollado en torno al Ayuntamiento o el que constituye el propio espacio de la Iglesia Parroquial, cercado con un curioso pretil.
Todo el casco urbano está salpicado de casas señoriales de los siglos XVII, XVIII y XIX, con distribuciones de huecos según la tradición manchega y escudos nobiliarios en las portadas de acceso, lo que demuestra la importancia de Mota del Cuervo a lo largo de su historia. Algunas de las casas más destacables las encontramos en la calle Mayor Baja (Casa de los Condes de Campillos, Escudo de la Casa de Fray Alonso Cano), en la calle Ramón y Cajal (especialmente los nº 2 y 4), en la Plaza Mayor y en la Plaza de Cervantes.
Los acontecimientos políticos van a cambiar alternativamente la nomenclatura de la hoy llamada Plaza Mayor. Se denominó Plaza de la Constitución (1870), de la República, del Caudillo, para definitivamente adoptar el nombre primitivo. Destacan algunos de los edificios de su entorno como el Ayuntamiento y el Juzgado de Paz.
La Plaza del Mercado era la antigua Plaza del Toril o del Coso, llamada así por estar destinada a los festejos taurinos. Está compuesta por casas solariegas que con el tiempo se han sido remodelando, y que pertenecían a nobles o a hidalgos. Mota contaba con una Bula papal sobre la corrida de dos toros durante la festividad de San Miguel, y sabemos que ya se celebraban en el siglo XVI. Posiblemente la feria franca concedida por el Rey en 1750 y que se celebraba durante los tres primeros días de septiembre, se ubicaba en esta plaza. En ella se comerciaba con ropas de seda, paños, platerías, mulas, etc. En 1922 pasó a llamarse Plaza de Cervantes
Fuera del casco urbano propiamente dicho requiere mención especial el conjunto de los siete Molinos de Viento situados en la Sierra, de gran interés paisajístico por su tipología, su estructura y su funcionalidad. Los de Mota han sido acertadamente restaurados para evitar su ruina y se han convertido en un símbolo del pueblo y de La Mancha, por ser la imagen viva de una forma de vida y de producción pasada que perdura en nuestros días.
Destaca por su elegancia la cúpula de media naranja rebajada sobre pechinas con decoración del siglo XVIII policromado que cubre el despacho de la Alcaldía. La torre, restaurada a finales de 1999, es de mampostería con sillares en los ángulos de los cuerpos y en el superior tiene arcos de medio punto en cada cara. Tiene una inscripción en la cara que mira hacia la plaza y como a unos tres metros del suelo, con la fecha de 1731.
La última remodelación del Ayuntamiento se llevó a cabo en los años ochenta.
Se ha destinado a lo largo del tiempo a servicios municipales, escuelas públicas, sede de la Jefatura Local del Movimiento. En la actualidad alberga el Juzgado de Paz, la Policía Local y la Escuela de Música.
Es un edificio entre medianeras, de tres alturas: baja, principal y ático. Tiene tres puertas adinteladas-dóricas y la central hace los quiebros habituales de un barroco combinando su moldura con el balcón superior. Destacan los huecos en sillería y las rejas de las ventanas.
Se restauró en 1990.
La casa señorial de los Condes de Campillos, está situada en la calle Mayor Baja, número 8 y hace esquina con la calle Hospital.
Se desconoce la fecha de construcción de esta casa, pues no se ha verificado la hipótesis de que date del siglo XV.
En 1868, Isabel II concedió el título de Conde de Campillos a Diego Chico de Guzmán y Figueroa, natural de Cehegín (Murcia) y se casó en este mismo año, con Emilia Chico de Guzmán y Belmonte, natural de Mota del Cuervo, hija de Joaquín Chico de Guzmán y Hurtado de Salcedo (Cehegín, 1780) y Mariana de Belmonte y Castellar (Belmonte, 1784).
También se sabe que los descendientes actuales guardan cierto parentesco con la Beata Maravillas de Jesús, fallecida en 1974 y cuyo nombre completo era: Maravillas Pidal y Chico de Guzmán.
Es un edificio de planta rectangular, de esquina y de dos alturas. Destaca por la composición simétrica de su fachada y por su escudo señorial. Tiene puerta adintelada con jambas asemejando pilastras dóricas y dintel de piedra con decoraciones; sobre ella y en el piso segundo, se abre un balcón enmarcado en piedra con alguna decoración. Sobre el eje de simetría se encuentra el escudo. También cuenta con una puerta de carruajes.
En su interior destaca el amplio patio central de estructura adintelada soportada por bellas columnas de piedra. A este espacio se asoman las principales dependencias del piso superior.
El escudo, cuartelado en cruz, representa posiblemente a más de un linaje o alianzas entre familias. Sobre el primer y segundo cuartel, en los que aparece respectivamente un castillo y una flor de lis, resalta la leyenda: “VERITAS VINCIT”. En el tercer cuartel, se representa un león rampante, que no sigue los cánones de la heráldica, ya que mira a la izquierda en vez de a la diestra. En el cuarto y último cuartel, un árbol. Este escudo está timbrado con casco colocado de perfil y rematado con penacho; por tanto, correspondería más bien a un señor o hidalgo, que a un conde, en cuyo caso aparecería terciado. Está adornado con lambrequines que bajan pegados a los flancos a modo de guirnaldas.
El edificio está muy renovado, sigue siendo propiedad de los descendientes de los Condes de Campillos y no es visitable.
La casa de Fray Alfonso Cano, está situada en la calle Mayor Baja, número 20. De ella sólo se conserva el escudo obispal en la fachada, puesto que el edificio ha sido muy reformado, especialmente en los huecos.
Este ilustre trinitario nació en Mota del Cuervo el 23 de enero de 1711. Ocupó en su Orden varios cargos importantes. Llegó a ser Académico de la Historia y Obispo de Segorbe. Fundó varias escuelas primarias y costeó la construcción de muchas iglesias en pueblos que las necesitaban. Fomentó la agricultura y la industria y, sobre todo el arbolado, instituyendo premios por la plantación de olivos o árboles frutales.
Recogió entre las ruinas de Sagunto muchas monedas, que envió a la Real Academia de la Historia y al Arzobispo de Toledo para completar sus respectivos museos.
Se ha barajado la posibilidad de que se tratara de la casa de un familiar de la Inquisición o persona que se nombraba en los pueblos, encargada de vigilar y denunciar posibles delitos para el Santo Oficio; o bien, que pudiera ser la sede de un tribunal. No obstante, aunque en el escudo aparecen los símbolos inquisitoriales, la fecha que aparece en la parte superior: 1438, nos dificulta su relación con el Tribunal de la Inquisición. A pesar de que en el Reino de Aragón ya estaba establecida esta institución desde hacía tiempo, en el Reino de Castilla las tentativas promovidas en diversas ocasiones para instaurar una Inquisición eclesiástica no habían cuajado y habría que esperar a 1478 para que, a solicitud de los Reyes Católicos se concediera por Bula papal el establecimiento de la Inquisición. Por tanto, es posible que en alguna restauración del edificio se transformase la fecha de 1478 en 1438, hipótesis que haría menos incongruente el marco barroco del escudo con la fecha del mismo.
Tanto las Relaciones Topográficas de Felipe II (1575) como el Catastro de Ensenada dos siglos después, nos hablan de la existencia de dos hospitales: uno de Nuestra Señora, para los pobres mendigantes y vecinos de la villa, y otro denominado de San Sebastián, para hospedar a los clérigos y frailes que vienen mendigando.
El edificio pertenecía a la Orden de Santiago, y además de ofrecer asistencia sanitaria, servía de albergue para los transeúntes que cruzaban el pueblo y lo dirigía la cofradía de Nuestra Señora de la Asunción. En 1580 le fue concedida una Bula por el Papa Gregorio XIII (documento conservado en el Archivo Municipal hasta su extravío). Aún se conservan varias de las escrituras de censo a favor del hospital, de los siglos XVI al XVIII.
A principios del siglo XIX sufrió los ataques y saqueos de los franceses durante la Guerra de la Independencia, y posteriormente fueron desamortizadas sus tierras, aunque siguió funcionando como hospital hasta después de la Guerra Civil. Su estructura ha sufrido diversas modificaciones, y actualmente se utiliza de almacén municipal. Es patente el abandono en que se encuentra.
Es un edificio de planta rectangular entre medianeras y de dos alturas. La puerta de acceso es adintelada y tiene un campanil posterior de un ojo. Conserva en su interior una capilla renacentista, austera, con predominio de la línea horizontal y del arco de medio punto. Tiene una cúpula de media naranja con linterna y una cancela de madera original. También se conserva un fresco representando a Cristo crucificado que está en pésimo estado de conservación.
Se fecha su construcción en el siglo XV. En el Catastro de Ensenada (1752) también se menciona la casa que llaman la Tercia que pertenece a la Mesa Maestral de la Orden de Santiago, del Partido de Quintanar y por consiguiente al Rey, por haberse convertido en el administrador de todos los bienes de la Orden.
A finales del siglo XIX aparece como casa-habitación. En 1931 era patente la falta de condiciones de habitabilidad, ya que varios vecinos del pueblo se quejan de que en la vivienda única existente en el edificio titulado "La Tercia" hay un estercolero en plena calle. El inquilino de la casa se justificaba diciendo que por no tener corral ni retrete donde verter los productos de la defecación echaba las inmundicias a la calle.
Actualmente, tras su compra en 1999, ha pasado a ser propiedad municipal y está declarado Bien de Interés Cultural.
La construcción es de mampostería con sillares en las esquinas y cubierta a cuatro aguas. La portada de acceso de arco de medio punto adovelado. Sobre la clave, escudo real bastante deteriorado y alfiz gótico isabelino. Destacan sus grandes y pesados contrafuertes paralelos y diagonales. La propia funcionalidad del edificio justifica la ausencia de vanos o ventanas.
El origen más probable del barrio se remonta a la época de los mudéjares, ya que tanto la estructura urbanística del barrio como la morfología de las piezas y los procedimientos empleados en su elaboración son típicamente árabes. No obstante, no hay documentación que atestigüe esta hipótesis. Sin embargo, sí se conocen los catorce procesos contra moriscos (mudéjares bautizados) de Mota durante el último tercio del siglo XVI. Sería interesante saber si se dedicaban al oficio de alfarero.
En las Relaciones de Felipe II (1575) no encontramos mención alguna relacionada con la alfarería o los hornos de cocer cántaros. Es en el Catastro de Ensenada (1752) donde se recoge que la Mesa Maestral del Partido de Quintanar percibe el diezmo de tenajas para agua (de cada diez una). A su vez, la Alcaidía sigue percibiendo, como en el siglo XV, el diezmo de cántaros y demás piezas de alfarería que se fabrican en esta villa (a excepción de las tenajas sin asa para agua).
A mitad del siglo XVIII había en esta localidad cuatro hornos para cocer cántaros, aunque uno no servía por estar a punto de arruinarse. Y entre las ocupaciones de artes mecánicas que hay en el pueblo, destacan con diferencia los alfareros con un total de 53, de los cuales: 23 son maestros, 33 oficiales y ningún aprendiz. Le siguen en número los pelaires (28), los zapateros (16) y los sastres (12). Esta predominancia se mantendrá en el siglo XIX como consta en los registros de Cédulas de vecindad.
En 1854 el Barrio de las Cantarerías estuvo a punto de desaparecer por completo debido a la epidemia de cólera-morbo que hubo en La Mota.
La singularidad de la alfarería moteña le viene dada porque ha sido tarea exclusivamente femenina. Las mujeres preparaban y elaboraban las piezas, mientras los hombres eran los encargados de sacar el barro de los barreros y transportarlo al alfar, preparar la barda o combustible para el horno, llevar las piezas al horno para cocerlas y vender el producto fuera de la localidad. Curiosamente, las cantareras de Mota no tenían alfar, por lo que trabajan en alguna estancia de la vivienda acondicionada para ello.
En los años treinta y cuarenta había siete hornos que cocían cada uno con una periodicidad semanal, al menos en la época de trabajo, que siempre ha sido desde la siembra hasta la cosecha. La tarea de "enhornar" o cargar un horno es un verdadero arte, pues el rendimiento económico de todo el proceso depende, en gran medida, de la cantidad de piezas que pueden introducirse en el horno. Por ello, existen auténticos especialistas horneros, que siempre han sido muy buscados y su tarea muy reconocida.
El centro neurálgico del Barrio es la Plaza de la Cruz Verde, en la que se encuentra el Monumento a la Cantarera y el único horno existente en la actualidad. De esta plaza parten las calles donde tradicionalmente han vivido los cantareros, entre las que se encuentra la de las Cuevas, posiblemente por la abundancia de éstas.