Jimena González Gimena conseguía alzarse con el segundo premio del Concurso europeo Eustory, primer premio a nivel nacional, por su trabajo “Cantareras de Mota del Cuervo: Las Magas del Barro”.
En su investigación, que decidió llevar a cabo en solitario, ha contado con la tutoría de su padre y con la ayuda de muchas personas amantes de la alfarería moteña, trabajadoras del barro que le han abierto las puertas de su casa y de su historia de vida, hasta llegar a enamorar a esta joven quintanareña, de tan solo 17 años, amante de la palabra y de la historia.
En sus 60 páginas, explica las claves históricas de la alfarería femenina en Mota del Cuervo, de la falta de continuadoras del oficio y de su empeño porque esta tradición, seña de identidad de nuestra localidad, pueda subsistir.
Su trabajo será editado por la Asociación de Amigos por la Historia de Mota del Cuervo en colaboración con el Ayuntamiento. Esta semana nos ha visitado y hemos podido hablar largo y tendido sobre todo lo vivido durante estos dos años de investigación.
¿Qué te lleva a elegir a las cantareras de Mota del Cuervo como protagonistas de tu trabajo en este concurso?
Acabar investigando sobre las cantareras fue algo fortuito. Vino a visitarme una amiga y mi familia y yo, le hicimos una ruta por los lugares más turísticos de la zona. Cuando llegamos a Mota, nos acercamos a visitar el museo alfarero y coincidió que era la última cocción que se hizo. Acabé impresionada, no solo por la cocción en sí, sino por todo el archivo que hay en el museo y la cantidad de materia, que me hizo decantarme por este tema.
El oficio alfarero encajaba perfectamente en el tema de esta XV edición del Concurso “Trabajo y crisis” ¿no?
Si, por supuesto. A base de ver el museo en esa primera toma de contacto me di cuenta de que el trabajo cantarero había tenido una época de mucho auge y gran expansión y que, por motivos, que en ese momento no conocía, había decaído.
Y por otro lado me fascinó que fuera un oficio ejercido solo por mujeres, porque la investigación histórica con perspectiva de género todavía se deja muy de lado y me gustaría colaborar en poner en valor la historia de las mujeres.
¿Qué es lo más destacado o lo que más te ha sorprendido de las cantareras y del oficio alfarero?
Por un lado, el vocabulario que tienen, porque me gustaría estudiar filología hispánica, me encanta la literatura, la lengua, y estas mujeres tienen un vocabulario, un código en clave que me fascinó, palabras como ringarse, decir que “el horno rie”, me encantan.
Y por otro, en un plano más negativo hay un aspecto que no me gustó. En mi investigación pude consultar los padrones de población y me sorprendió mucho a la vez que me entristeció, ver como con el paso de las décadas, mujeres que en la década de los años 50 se las registraba o al menos se ponía “hija de alfarero” y diez años más tarde desaparecía y aparecía una raya, como si no existieran y es algo que me ha marcado.
¿Quién te ha facilitado toda la información, fotografías, videos para hacer un trabajo tan completo?
Me ha ayudado muchísima gente del pueblo y me han abierto las puertas de su casa y de su vida, incluso. Me gustaría destacar a Enrique Lillo y Juan Manuel Ruiz, de la asociación de amigos por la historia. María del Carmen Rodrigo, porque ha sido mi guía durante este tiempo.
A través del taller etnográfico conocí a Emilio Izquierdo y María Teresa Perona y ellos me dieron una perspectiva más humana del trabajo. Visité a Evelio López y su mujer, Dolores Sandoval, dueños del taller El Cántaro, y ellos me dieron otra visión.
Investigué en el archivo las hipótesis de por qué había decaído este trabajo y lo hice junto a Javier Cano. Agradezco a Andrea Muñoz, trabajadora del museo alfarero que me hizo una visita guíada y me resolvió muchas dudas.
Claudia Moreno me abrió las puertas de su alfar y me enseñó todas sus piezas y sus experiencias. Lepoldo Casero me facilitó mucha bibliografía y me enseñó su casa y ha colaborado en todo momento conmigo. Y algunas de las fotos que aparecen son de Nélida Cano, Laura Castellano y Jurgen Hans Loos.
¿Has probado a hacer un cántaro, a disfrutar del barro en las manos?
Si, participé en Osa de la Vega en un taller de alfarería que organizaba Evelio López y metí las manos y no conseguí hacer ningún cántaro porque es una labor muy complicada, pero hice una maceta, que guardo con mucho cariño en mi casa y es muy decorativa.
¿Cuál es la valoración que ha hecho el jurado de tu trabajo?
Destacó que el trabajo se centra en la evolución que ha tenido este empleo a lo largo de los siglos y como pese a ser propiedad de Mota del Cuervo, cien por cien moteño, tiene una relación a nivel nacional con la inclusión, por ejemplo, en la red de ciudades de la cerámica.
La valoración fue muy positiva y opinaron que el trabajo es una exhaustiva investigación en fuentes primarias y secundarias sobre un tema prácticamente inédito donde destaca el estilo literario.
Que destaquen el estilo literario es lo que más ilusión me ha hecho, porque además de dedicarme a la investigación también soy escritora e intenté, además de hacer un trabajo teórico y científico, hacerlo un poco más humano y literario, incluyendo varias reseñas o por ejemplo la poesía que me recitó María Teresa Perona. Además, he querido incluir códigos QR con videos para intentar relacionar el pasado, presente y futuro de este oficio.
Tal y como expresas en tu trabajo, hay que preservar la memoria de las cantareras y hacerlo con responsabilidad colectiva. ¿Cómo crees que debemos actuar para conseguirlo?
Creo que habría que empezar por abrir el conocimiento a la sociedad y terminar de concienciar, sobre todo, a la gente joven y esto sería posible llevando este conocimiento cantarero a las aulas, con visitas de las cantareras o cantareros, con trabajos relacionados con el tema, por ejemplo.
Hacer el museo más atractivo, interactivo, con videos proyectados. En definitiva, que no se pierda ese trasvase de saber y conocimiento. Porque al final si se fomenta en las nuevas generaciones esa duda, esa inquietud, será más fácil que la historia de este oficio siga viva.